viernes, 5 de octubre de 2012

En el sótano con un economista

En un comentario reciente a la entrada de este blog Fraude,una visión neoliberal, el comentarista me cita en una crítica no exenta de ironía hacia los economistas y su aparente despreocupación por el agotamiento de los recursos no renovables. Al hilo de esta crítica, me recuerda que la escasez está en la base de la economía y que cuando un bien escasea, se encarece y acaba por ser sustituido por otro más barato.

Y tiene razón: según la visión tradicional de la ciencia económica, la economía consiste en gestionar los recursos escasos. Y en efecto: cuando un recurso escasea su precio se incrementa hasta que aparece otro comparativamente más barato que lo sustituye. Además, si la economía funciona razonablemente bien, el ingenio humano estimulado por los incentivos económicos adecuados encontrará siempre la mejor sustitución posible. Una vez establecido esto, los economistas se pueden abstraer de los detalles técnicos y materiales de esas sustituciones (qué recursos son los que escasean, cuáles son sus posibles sustitutos, qué cambios tecnológicos son necesarios para implementarlas) y, en cambio, dedicarse de lleno a estudiar las condiciones en que se dan esos incentivos económicos adecuados, que es lo que constituye el núcleo duro de su disciplina: la formación del precio, el funcionamiento de los mercados, los sistemas monetarios, los sistemas financieros, etc. Ese es, al fin y al cabo, su trabajo.

Pero de tanto centrarse en ese su trabajo me parece a mí que muchas veces los economistas acaban por olvidarse de la base material de la economía. Recuerdo un chiste que he leído en algún lugar: un grupo de personas se encuentra, por circunstancias que no vienen al caso, atrapado en un sótano oscuro y sin cobertura de móvil. Uno de ellos, preocupado, pregunta: ¿cómo vamos a sobrevivir sin comida? Otro, que es economista, responde: no nos preocupemos por eso, cuando comencemos a tener hambre, nuestra demanda generará la comida que necesitemos... De acuerdo, el chiste es malo, pero retrata un modo de pensar que veo con preocupante frecuencia entre los economistas: el sistema físico en el que se inserta la economía no impone ninguna restricción y es, por tanto, irrelevante en el análisis.

Chistes aparte, comentaré que este aparente olvido de la base material de la economía, que llamaré “olvido de los economistas”, me parece bastante comprensible: durante el último siglo y medio, coincidiendo con el desarrollo de la ciencia económica, la sinergia entre ingenio humano e incentivos económicos ha proporcionado sustituciones capaces de revertir casi cualquier situación de escasez. El petróleo y el gas natural sustituyeron con ventaja al carbón, que a su vez había sustituido a la leña y la tracción animal. Los productos de la industria petroquímica sustituyeron con ventaja al caucho y otros productos naturales. Los fertilizantes químicos sustituyeron con ventaja a los naturales y a los ciclos de cultivo y barbecho, revirtiendo la escasez de tierra cultivable. La aviación sustituyó con ventaja al transporte de viajeros por ferrocarril o barco en las largas distancias, paliando también, entre otras cosas, la escasez de tiempo. Etcétera, etcétera, etcétera. En estas condiciones, ¡qué fácil resulta abstraerse de los detalles materiales de la actividad productiva! Asegurémonos de que los incentivos económicos están en su sitio y todo lo demás funcionará.

El caso es que el funcionamiento espectacular de la sinergia entre ingenio e incentivos económicos ha permitido que unas cuantas sociedades hayan alcanzado unos estándares de vida que encajan mucho mejor con el concepto de sobreabundancia que con el de escasez. Yo de esto me alegro, ya que me ha tocado vivir en una de esas sociedades afortunadas. Pero también me pregunto con inquietud: ¿podemos esperar que este funcionamiento espectacular, esta sucesión de sustituciones a favor de la abundancia, se pueda mantener en el futuro inmediato?. O, dicho de otro modo: ¿podemos esperar que el sistema físico que sustenta la economía no imponga restricciones insalvables a su crecimiento?. Si la respuesta es negativa, el “olvido de los economistas” dejará de ser viable y la ciencia económica tendrá que cambiar (en Economía en un mundo lleno abundo en este asunto). Yo me temo que hay motivos claros para esperar una respuesta negativa. Una forma concisa de explicarlo es esta: la economía se ha hecho demasiado grande en relación con el sistema material que la sustenta, así que estamos comenzando a toparnos con unos límites que ya no podemos (o no deberíamos) obviar por más tiempo. Ahí van dos ejemplos:

  • Dependemos del petróleo y lo necesitamos en cantidades tan enormes que los yacimientos de petróleo convencional, globalmente en declive, ya no pueden suministrarlas. Hoy por hoy no tenemos sustitutos para el petróleo convencional, al menos a precios compatibles con el nivel de actividad económica que necesitamos para no caer en crisis o recesión. Tampoco parece que los vayamos a tener a medio plazo.
  • Dependemos completamente de un recurso bastante intangible pero que está comenzando a escasear de forma alarmante: la estabilidad climática. A ver dónde está el guapo que nos encuentra un sustituto para esto.
Yo tengo para mí que la crisis económica que estamos padeciendo no se puede explicar bien si no se tienen en cuenta los límites naturales para el crecimiento, el primero y más palpable la escasez de combustibles fósiles. Sin embargo, la mayoría de los análisis que veo están presididos por el “olvido de los economistas”. Fraude, el documental al que se refiere el artículo que cito al principio, me parece un ejemplo clarísimo, como lo es también, desde unos planteamientos completamente opuestos, el libro de Krugman ¡Acabad ya con esta crisis! que he comentado en otro artículo (Paul Krugman, el Coyote y la solución keynesiana). En ambos enfoques la base material de la economía, las posibles limitaciones del sistema físico que la sustenta, están completamente ausentes. Lo único que cuenta es el manejo adecuado de los incentivos económicos, bien por el mercado, bien por los gobiernos, según el enfoque que más le guste a cada cual.

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