sábado, 23 de junio de 2012

Paul Krugman, el Coyote y la solución keynesiana

Todos lo hemos visto alguna vez en los dibujos animados del Correcaminos: después de sobrepasar el borde del precipicio, el Coyote puede seguir corriendo en el vacío durante cierto tiempo. Pero eso sí, en algún momento el desdichado Coyote mira hacia abajo y se percata de que no tiene pie. Entonces, y sólo entonces, actúa la ley de la gravitación del universo animado: el Coyote mira a cámara con gesto de angustia o de resignación y se precipita.
Parece ser que con la economía pueden suceder cosas similares. En la década de 1970, el economista Hyman Minsky describió un proceso de evolución del endeudamiento de una economía que tiene muchas resonancias con lo que ha venido sucediendo en las últimas décadas. Es más o menos así. Cuando la economía va bien (y esto, en el mundo actual, significa que crece), pedir un préstamo suele ser un buen negocio: si nuestra situación económica mejora, la deuda se hace comparativamente más pequeña y fácil de pagar. En esas condiciones, conceder préstamos también es un buen negocio, ya que el riesgo de impagos es muy bajo. Con el tiempo, esta percepción de seguridad lleva a relajar los criterios para conceder préstamos (aquí entrarían las desregulaciones del sistema financiero de los 1980s y 1990s) y entonces las empresas y los particulares se animan a pedir aún más crédito. Se desencadena así un proceso de apalancamiento creciente: la deuda comienza a ser muy grande en relación con los activos reales. Este proceso continúa hasta que alguien decide mirar hacia abajo y se percata de que las cosas han ido demasiado lejos. De repente, tanto los prestamistas como los prestatarios vuelven a percibir el riesgo de la deuda. Así que unos dejan de prestar y otros, si pueden, se apresuran a amortizar sus deudas, o lo que es lo mismo, a gastar menos. Como consecuencia de la contracción simultánea de gasto y crédito la economía se enfría y deja de crecer, es decir, empieza a ir mal. Con una economía que va mal, la percepción de riesgo se acrecienta y el proceso se retroalimenta. En definitiva: se entra en una espiral y todo se precipita.
A ese momento en el que se pierde la confianza y comienza a cundir el pánico algunos economistas lo han llamado “momento de Minsky”, por Hyman Minsky, o “momento Coyote”, por el conocido personaje animado.
Se acaba de producir un momento Coyote
Aprendo estas cosas en un reciente libro que lleva ya cuatro ediciones y que he leído con gran interés: ¡Acabad ya con esta crisis!, de Paul Krugman. Según la tesis del libro, lo que estamos viviendo es una crisis de demanda consecuencia del gran momento Coyote desencadenado por la crisis financiera de 2008. Y, también según la tesis del libro, la solución consiste en un programa radical de estímulo protagonizado por el gasto de los gobiernos.
Se trata claramente de un enfoque keynesiano. Las depresiones económicas, y esta no sería una excepción, son crisis de demanda y la solución consiste en romper el círculo vicioso de desconfianza ® recesión ® más desconfianza. Y los agentes que pueden romper ese círculo son los gobiernos, a base de financiar con deuda pública programas de inversión que generen empleo y despierten la demanda.  Es también un enfoque optimista: la crisis se puede combatir con eficacia desde ya, sin más que aplicar las políticas adecuadas. En este sentido, es un enfoque que sintoniza con los planteamientos anti-austeridad que suelen promoverse desde la izquierda y puede que también con la visión indignada de la crisis (“no es una crisis, es una estafa”): el movimiento Occupy Wall Street se menciona varias veces a lo largo del libro.
Paul Krugman es premio Nobel de economía, así que seguramente sabe de lo que se habla (desde luego mucho mejor que yo, que ni siquiera soy economista). Es cierto que no hay nada parecido a un consenso entre los economistas y seguramente habrá premios Nobel que defiendan planteamientos completamente opuestos, pero aún así me parece que el libro aporta ideas y argumentos muy interesantes que pueden ayudar a entender mejor el embrollo en el que nos encontramos y las posibilidades de salir de él.
Sin embargo, hay algo que no me acaba de cuadrar y que me deja una impresión que va siendo habitual en mis tímidas incursiones en la selva de la ciencia económica: la economía de los economistas se me hace extrañamente cerrada sobre sí misma, un sistema que, como el universo de los dibujos animados, parece regirse por unas leyes propias e independientes de las del mundo material que lo sustenta. Intentaré ilustrar esto con dos citas del libro:
[...] no hay necesidad de que todo esto esté pasando. No ha habido una plaga de langostas; no hemos perdido nuestra pericia tecnológica; Estados Unidos y Europa deberían ser más ricos, y no más pobres, que hace cinco años. (p. 29)
Una vez que los niveles de deuda son suficientemente elevados, cualquier cosa puede activar el momento de Minsky, ya sea una recesión normal y corriente, el estallido de una burbuja inmobiliaria, etc. La causa inmediata tiene poca importancia [...].  (p. 58)
Así pues, el estado normal de la economía, salvo catástrofes, es el crecimiento. Y esto es así incluso para las economías comparativamente superdesarrolladas como las de Europa y Estados Unidos. Determinadas alteraciones pueden desviarnos temporalmente de la senda del crecimiento, pero su naturaleza, sea económica o no, es poco relevante. Lo relevante es que actuando de forma conveniente sobre determinados parámetros puramente económicos se podrá restaurar la situación normal de crecimiento.
No, no ha habido una plaga de langostas, pero sí que ha pasado algo que a mí me parece bastante serio: la capacidad para incrementar la producción de petróleo barato se agotó en 2005. Parece que la economía pudo seguir corriendo durante 3 años sin el sustento de un crecimiento paralelo de la producción de petróleo, pero tarde o temprano tenía que llegar el momento Coyote. Ahora el petróleo es caro y escaso (en términos comparativos), ya sabemos que, en economía, carestía y escasez van de la mano. Si la escasez de energía barata es un obstáculo real al crecimiento, ¿funcionarán las medidas de estímulo que propone Krugman?.
Hay otra cuestión, esta más económica, que también echo en falta en el libro de Krugman: ¿funcionarán esas medidas precisamente para Estados Unidos y Europa?. En la época de Keynes, las economías de Estados Unidos y de Europa eran, prácticamente, todo lo que contaba. Si en los años 1950 lograbas animar la demanda en Estados Unidos, florecían negocios en Estados Unidos para satisfacer esa demanda. El contexto actual es, me temo, muy distinto. Hoy en día, si logras animar la demanda en, por ejemplo, España, es muy probable que buena parte de esa demanda se satisfaga a base de comprar productos chinos, propiciando el florecimiento de negocios en China. Para bien o para mal, vivimos en un mundo globalizado en el que tenemos el privilegio de ser considerablemente más ricos que otros que son capaces de producir muchas cosas tan bien o mejor que nosotros.
Krugman plantea una analogía al comienzo del libro. El padre de familia, supuestamente a cargo del mantenimiento del coche familiar, ha descuidado esta responsabilidad y, como resultado, la batería ha dejado de funcionar. Ahora el padre trata de convencer a la familia de que deben resignarse a no utilizar el coche, si bien bastaría con sustituir la batería para tenerlo de nuevo en perfecto estado de uso. Tal como yo lo veo, seguramente habrá que comprar una batería nueva (probablemente de fabricación china), pero es que además la gasolina está por las nubes, así que de un modo u otro, la familia va a tener que acostumbrarse a usar menos el coche, o a usarlo de otra forma, controlando más su consumo.
 
Fuentes:
Paul Krugman, ¡Acabad ya con esta crisis!, traducción castellana de Cecilia Belza y Gonzalo García. Ed. CRÍTICA, Barcelona, 2012.

sábado, 2 de junio de 2012

El encarecimiento del petróleo: un Bankia cada año

La operación de recapitalizar Bankia con dinero público nos va a costar 24.000 millones de euros. Es una cifra astronómica. Y saldrá de nuestros bolsillos vía impuestos. Si la repartimos por habitante salimos a unos ¡450 euros cada uno!. En porcentaje del PIB es un 2,3%, una cifra que ya nos gustaría que fuera la de crecimiento (incluso el acumulado para los próximos 2 o 3 años).
En contra de la postura oficial de nuestro gobierno y de la propia institución, no parece que la capitalización de Bankia vaya a ser un buen negocio. Si tuviera visos de serlo no habrían faltado inversores privados dispuestos a poner el capital. Sin embargo, aunque resulte un mal negocio (para todos nosotros, que vamos a invertir a la fuerza), puede que no se pierda el 100%. En el peor de los casos, el dinero servirá al menos para que muchos empleados de Bankia mantengan su puesto de trabajo unos cuantos años y puedan seguir comprando en el supermercado, consumiendo en los bares y, tal vez, adquiriendo un coche de fabricación nacional. Es decir: una parte importante de esos 24.000 millones (aunque no tengo ni idea de cuánto) se queda en nuestra economía.
Ahora pasemos otra cifra astronómica:
La economía española consume aproximadamente un millón y medio de barriles de petróleo diarios (1,505 millones en 2010 según BP Statistical Review of World Energy June 2011). Esto al año son unos 550 millones de barriles.
El precio del barril de petróleo se mueve en estos días por encima de los 100 dólares y no parece que vaya a bajar en los próximos meses ni años (ver el artículo Geología contra tecnología). Antes de la subida de precios que se inició en 2004 el barril de petróleo costaba, en cambio, menos de 40 dólares por barril (precios constantes). Así que ha habido en pocos años un encarecimiento del petróleo que podemos cifrar en 60 dólares por barril. Multiplicando por el número de barriles que consumimos tenemos un total de 33.000 millones de dólares anuales, es decir: más de 26.000 millones de euros (al cambio de 1,25 dólares por euro, más o menos el que tenemos ahora). Así que 26.000 millones al año es lo que nos cuesta que el petróleo haya dejado de ser barato.
En otras palabras: el encarecimiento del petróleo le supone a nuestra economía un sobrecoste equivalente a un rescate de Bankia cada año. Incluso más: a diferencia de Bankia, nada o casi nada de esos 26.000 millones se queda en nuestra economía. Incluso mucho más: el gas natural, que sube de precio de forma paralela al petróleo, genera un sobrecoste adicional de unos 8.000 millones anuales. Estamos hablando ya de un 3,2% del PIB. Cada año.
Entre 2004 y 2007 vivimos como si este sobrecoste no existiera, a base de endeudarnos. A partir de 2008, con la crisis, ya no vivimos igual, pero seguimos necesitando pagar esa enorme factura todos los años. Es decir: desde 2004 hemos ido acumulando “Bankias” año tras año. En algún momento nos tenía que tocar pagar.