viernes, 21 de septiembre de 2012

¿Euro, dólar o kilovatio-hora?

El euro, se dice, tiene defectos graves de diseño institucional. Y estos defectos de nuestro sistema monetario podrían estar detrás de que países como Reino Unido o, en especial, los Estados Unidos de América, se estén defendiendo con mayor facilidad que la Eurozona en esta crisis que dura ya más de cuatro años. Este asunto estuvo muy en boga hace aproximadamente un año, especialmente entre los comentaristas económicos del otro lado del Atlántico, y comoquiera que la zozobra económica de los países del euro persiste, mantiene aún su vigencia. Por ejemplo: lo de “defectos graves de diseño institucional” lo tomo, literalmente, de un artículo de opinión de Ignacio Sánchez Cuenca publicado en El País el pasado 18 de septiembre.

Así que, efectivamente, los problemas de un sistema monetario mal concebido podrían estar pasándonos factura a nosotros, los europeos del euro. No digo yo que no pero tengo la sensación de que debe de haber algo más. Y es que no me puedo quitar de la cabeza la idea de que la economía se mueve no tanto a base de dinero como de energía. Así que, centrándome en Estados Unidos y la Eurozona, me surge la siguiente pregunta: además de la mayor o menor gravedad de los defectos del sistema monetario y otros factores institucionales, ¿hay diferencias importantes en cuanto a la situación energética?. Veamos algunos datos.

Tomo del Statistical Review of World Energy 2012 de BP las series de producción de energía primaria de los últimos 20 años (1992-2011) clasificadas por tipos de fuente: petróleo, gas natural, carbón, energía nuclear, hidroelectricidad y otras renovables. Utilizo los valores en mega toneladas equivalentes de petróleo (Mtep), de manera que los puedo agregar para obtener el total de energía primaria producida. Sí, lo sé, esta agregación es imperfecta. Por una parte las fuentes de energía no son completamente intercambiables: no podemos hacer volar un avión con electricidad y menos aún con carbón. Y también están las pérdidas de conversión: 1 Mtep de carbón utilizado para producir electricidad en una central térmica rinde algo así como 0,4 Mtep de electricidad mientras que 1 Mtep de electricidad hidráulica, nuclear o eólica es 1 Mtep de energía primaria. Sin embargo, creo que la agregación no deja de ser una referencia adecuada para lo que quiero mostrar.

Lo que quiero mostrar es la comparación entre la producción y el consumo de energía primaria de cada economía. El consumo de energía primaria es también el agregado de petróleo, gas, carbón, nuclear, etc. que consume una economía en un periodo de tiempo. Veamos, para empezar, qué pasa en Estados Unidos:


En el gráfico, las bandas de colores representan producción y la línea roja consumo. El espacio en blanco que queda entre ambos es lo que podríamos llamar déficit de energía primaria. Vemos que la economía estadounidense consume más energía primaria que la que  produce. En 2011 necesitó una importación neta de energía primaria del 20% del consumo. Es mucha energía, si bien el ratio ha mejorado sustancialmente en los últimos años: en 2007 fue del 30%. Esta mejora hay que atribuirla en parte a la estabilización o incluso reducción del consumo (y aquí entra la consabida crisis) y en buena medida a la reciente puesta en explotación de los yacimientos de gas de esquisto o shale gas (mediante la  controvertida tecnología de fractura hidráulica o fracking).

¿Y qué tal la zona euro? Pues ahí va el gráfico:


En la zona Euro el desfase entre producción y consumo de energía primaria es tremendo. Y no tiene visos de mejora: sólo las renovables están creciendo de forma sustancial pero representan una fracción mínima del total. Así que la economía del euro depende completamente de fuentes externas de energía. Por ejemplo: en 2011 el déficit de energía primaria representó un 65% del consumo. Comparado con el 20% de Estados Unidos es una diferencia más que notable.

No quiero decir con esto que la escasa disponibilidad de energía sea la explicación de todos los males de la economía de la Eurozona. Pero vivimos una época de escasez energética, escasez, no me cansaré de repetirlo, relativa: necesitamos cantidades enormes de energía para mantener el funcionamiento de nuestra civilización. En otras palabras: vivimos en una época de carestía energética. En un contexto así depender de fuentes externas de energía complica mucho las cosas. Y si no, imaginemos por un momento que fuera Estados Unidos el que necesitara un 65% de energía primaria del exterior o que los países del euro pudiéramos autoabastecernos en un 80%. O que de repente apareciera un yacimiento gigantesco de petróleo y los precios volvieran a los 30 dólares por barril de los primeros años 2000.

Y, a todo esto, ¿qué pasa con China? Pues ahí va el gráfico también, esta vez sin comentarios.





Fuentes:
El artículo de Ignacio Sánchez Cuenca que cito es La gran confusión y está en:
http://elpais.com/elpais/2012/09/17/opinion/1347878655_731776.html
Los datos del BP Statistical Review of World Energy 2012 se pueden descargar en:
http://www.bp.com/sectionbodycopy.do?categoryId=7500&contentId=7068481

domingo, 16 de septiembre de 2012

No estamos quedando sin hielo...¿Seguimos con la fiesta?

A lo largo de este verano el fenómeno natural del deshielo en la región del Ártico ha aparecido un par de ocasiones en los medios y yo vaticino una más en breve. Naturalmente estas apariciones han tenido mucha menos visibilidad que otros asuntos de mayor impacto como los altibajos de la prima de riesgo, los progresos en el medallero olímpico o, más recientemente, el estado anímico de Cristiano Ronaldo. En el caso del hielo de la región ártica, la noticia es que está desapareciendo. Las dos ocasiones que mencionaba antes son estas:

- El 24 de Julio se difundió la noticia de que el 97% de la superficie glaciar de Groenlandia había entrado en fusión simultáneamente, una situación sin precedentes en los 30 años con datos de observación satelital.
 
Figura 1. La extensión de hielo en fusión sobre Groenlandia el 8 de Julio de 2012 (izquierda) y el 12 de Julio de 2012 (derecha). Prácticamente toda la superficie de hielo entró en fusión en 4 días. Fuente: NASA (www.nasa.gov)

- El 26 de agosto se batió el record absoluto de extensión mínima del hielo oceánico del Ártico. El anterior record databa del 18 de septiembre de 2007 y en su momento también tuvo una modesta presencia mediática.
 
Figura 2. Ciclo anual de extensión de hielo en el océano ártico, 1979-2011 y 2012 hasta 11 de septiembre. La línea amarilla es 2012. El resto de líneas están coloreadas con una gradación de azul a rojo con rojo para los años más recientes.

Lo llamativo de esta última noticia es que por esas fechas aún quedaban 3 o 4 semanas de deshielo estival, así que la extensión de hielo ártico ha seguido reduciéndose y todavía lo hará durante algunos días más hasta alcanzar el habitual mínimo del final del verano. Lo que no será habitual ni de lejos va a ser la magnitud de ese mínimo. El record de 2007, que se igualó en 2011, va a quedar ahora totalmente pulverizado. Esta es la noticia pendiente que vaticino y que me imagino que tendrá una repercusión también muy discreta.

Con los datos disponibles a fecha de hoy, es verosímil pronosticar que en 5 años podremos ver septiembres con el Ártico libre de hielo oceánico. Reproduzco el gráfico siguiente del interesante y variado blog de Stuart Staniford Early Warning  (earlywarn.blogspot.com), con sus nada descabelladas extrapolaciones de los datos de volumen mensual de hielo.

 
Figura 3. Series de volumen de hielo oceánico ártico por meses y ajustes cuadráticos para los meses de Julio a Diciembre. Tomado del blog Early Warning, de Stuart Staniford.

Muy bien, pero ¿este asunto es importante? Hay varias maneras de verlo. Los partidarios del “business as usual” o, por decirlo así, de continuar con la fiesta a toda costa se fijan sobre todo en las oportunidades: un Ártico sin hielo abre nuevas rutas marítimas y propicia la explotación de yacimientos de petróleo antes difícilmente accesibles. Sobre los posibles inconvenientes lo normal es que se los despachen con envidiable desparpajo. Al fin y al cabo, nadie necesita que haya osos polares para llevar una buena vida y, por otra parte, los esquimales que aún cazan focas para alimentarse encontrarán sin duda otros medios de vida (lo cual, dicho sea de paso, podría hasta beneficiar su salud: cada vez hay más indicios de que, debido a la contaminación global, comer foca incrementa peligrosamente la acumulación de mercurio en el organismo. Ver por ejemplo AMAP Assesment 2011: Mercury in the Arctic).

Sin embargo, hay otra visión mucho menos optimista, y no sólo porque pueda valorar de otro modo la gravedad de la desaparición de la fauna ártica y de la cultura esquimal. La desaparición del hielo oceánico ártico es un síntoma evidente de que se están produciendo cambios drásticos en el sistema climático. Demasiado evidente como para no tenerlo en cuenta. Y los cambios drásticos en el sistema climático tienen la cualidad de poder afectarnos a todos, no sólo a los esquimales y a los osos polares. Y de afectarnos de formas difícilmente previsibles pero casi seguro que nada halagüeñas.

Y no sólo es un síntoma. La desaparición del hielo ártico supone en sí un cambio tremendo en los sistemas climático, oceánico y ecológico, que puede acarrear consecuencias muy graves también a nivel global.

Según esta otra visión, que yo creo que es la que tiene más fundamento, la fiesta está ya demasiado descontrolada. Si estuviéramos en la genial The Party, de Blake Edwards, a mí me parece que estaríamos en la fase en que la espuma ya está saliendo abundantemente de la piscina y comenzando a invadir el jardín y la planta baja.

Con todo, hay que reconocer que por nuestras latitudes la fiesta está un tanto apagada desde que en 2008 extraviamos la senda del crecimiento, que vino a ser como quedarse sin música. No me gusta ponerme agorero, pero quedarnos sin hielo puede ser aún peor: tal vez sea la señal definitiva de que la fiesta se ha terminado y de que lo que tenemos por delante es una resaca monumental.

Fuentes:
Las imágenes se han obtenido en:
AMAP Assesment 2011: Mercury in the Arctic puede encontrase en:

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Economía en un mundo lleno

En algún lugar he leído el chascarrillo de que los economistas forman el único reducto intelectual que aún no ha admitido que la Tierra es redonda. Porque redonda implica finita, claro. Afortunadamente el chiste no vale para todos los economistas y desde luego son excepción los llamados economistas ecológicos. A diferencia de los “economistas de la Tierra plana”, los economistas ecológicos dan una importancia central al hecho de que la economía se sustenta en un sistema finito: nuestro planeta. Y le dan tanta importancia porque consideran que no tenerlo en cuenta a la hora de pensar la economía carece de sentido cuando la economía ha alcanzado ya un tamaño tan grande. A mí me parece que tienen toda la razón en esto.

En Economics in a Full World, un artículo publicado ya hace siete años, Herman E. Daly expone de forma general esta idea y algunas de sus principales implicaciones. Extraigo de dicho artículo, cuya lectura recomiendo, el concepto de escala óptima de la economía.

En la visión ortodoxa el crecimiento económico parece ser la panacea de todos los males. El desempleo, la pobreza y hasta la degradación del medio ambiente se reducen cuando la economía crece. Sin embargo, si entendemos la economía como un subsistema de la ecosfera, en seguida nos daremos cuenta de que el crecimiento tiene inconvenientes. A más urbanización, menos tierra cultivable. A más coches, más contaminación y más necesidad de petróleo. A más capturas, menos potencial de producción en un caladero de pesca sobreexplotado. Etcétera.

Uno puede entender el crecimiento de la economía como acumulación de capital artificial: edificios y calles, fábricas de coches, barcos de pesca, etc. Su contrapartida entonces es la merma de capital natural: tierra cultivable, aire limpio, recursos minerales, ecosistemas productivos, etc. Los economistas ecológicos consideran que el capital natural y el capital artificial no son intercambiables sino complementarios: más barcos de pesca en un caladero sobreexplotado no permitirán recuperar el nivel de capturas sino todo lo contrario.

Por otra parte, el coste marginal de la pérdida de capital natural puede considerarse creciente: cuanta menos tierra cultivable tenemos, más valiosa es la que nos queda. Así que cada unidad adicional de capital artificial tiene un coste en capital natural mayor.

Puesto todo junto, en seguida se concluye que debe existir una tamaño de la economía por encima del cual seguir creciendo genera más problemas de los que resuelve. Ese tamaño es la escala óptima de la economía. Cuando se alcanza, la combinación de capital natural y artificial permite la máxima producción neta de lo que los economistas llaman “utilidad”.

Una vez alcanzada la escala óptima el único crecimiento económico que merece la pena es el basado en la mejora de la eficiencia del uso de los recursos y del mantenimiento del capital. Muchos de los ingredientes habituales de nuestra economía actual carecen de sentido en ese escenario: la obsolescencia programada, la hipertrofia del sistema financiero, nuestra cultura consumista, etc.

Por desgracia, nuestras sociedades no disponen de mecanismos para reconocer el “crecimiento antieconómico” y detenerlo. Creo que hay al menos dos razones para ello. Una es que no todos participamos por igual de los beneficios y los perjuicios que genera el crecimiento: determinados sectores de la población pueden beneficiarse del crecimiento antieconómico y no tendrán, por tanto, ningún incentivo para cambiar. Si, como es fácil que suceda, tales sectores tienen una cuota de poder superior a la media, el balance de fuerzas favorecerá la continuación del crecimiento. La otra razón es que los costes por la pérdida de capital natural están muchas veces diferidos en el tiempo. El crecimiento antieconómico de hoy puede pasar factura dentro de años o décadas, así que hoy nos parece que seguir creciendo es lo mejor.

Con todo, hay bastantes indicios de que podemos estar cerca de alcanzar o incluso haber sobrepasado la escala óptima. Cito un ejemplo: en el último Living Planet Report 2012 de WWF se estima que la huella ecológica de nuestra civilización es de 1,5 “planetas Tierra”. Es decir: que para sostener nuestro ritmo de actividad actual estamos consumiendo los recursos naturales de una Tierra y media. ¿Cómo nos las apañamos para sacar una Tierra y media si sólo tenemos una? Pues a expensas del capital natural. Los costes más importantes de este dispendio son de los que vienen diferidos en el tiempo, por ejemplo en forma de cambio climático.

Gráfico 1. Evolución temporal de la huella ecológica. Fuente: Living Planet Report 2012, p. 9.

Al margen de atinar o no con la escala óptima, lo complicado que resulta mantenerla lo estamos comprobando en estos tiempos. Llevamos unos años experimentando de primera mano lo mal preparados que estamos para una economía sin crecimiento. Tan mal se nos está dando que nadie con responsabilidad política se plantea otra alternativa que reencontrarnos cuanto antes con la senda del crecimiento.

Me temo que la transición a una economía en estado estacionario no debe de ser nada fácil. Existe la opinión, seguramente no exenta de fundamento, de que es políticamente imposible organizar una economía sostenible manteniendo niveles de libertad individual al menos comparables a los de nuestras democracias actuales. Quién sabe. Aún así, y siguiendo de nuevo a Daly, ante el dilema de tener que enfrentar una imposibilidad política o una imposibilidad física, la segunda parece “más imposible” así que la mejor opción es lidiar con la primera. Y la alternativa a la economía sostenible, es decir, una economía basada en el crecimiento indefinido es, nos guste o no, una imposibilidad física.

Fuentes:
Herman E. Daly, Economics in a Full World, en Scientific American, Septiembre 2005, Vol. 293, Núm. 3. Puede encontrarse aquí: http://sef.umd.edu/files/ScientificAmerican_Daly_05.pdf
WWF, Living Planet Report 2012, Biodiversity, Biocapacity and Better Choices. Puede encontrarse aquí:
http://wwf.panda.org/about_our_earth/all_publications/living_planet_report/